La fiesta de XV años en un pueblo
Hace unos días escuché en un podcast como uno de los conductores platicaba de sus aventuras de la preparatoria. Comentó que una de las cosas que disfrutaba mucho hacer, era asistir a las fiestas de quince años, esas celebraciones tradicionales con una fiesta muy grande que se hacían (y aún se hacen) para las niñas cuando cumplen esa edad.
No sé de dónde venga la tradición en México, pero eran fiestas que competían en magnitud con muchas bodas incluso.
El conductor del podcast platicó varias anécdotas que le llegaron a ocurrir en este tipo de fiestas, y recordé algo que me pasó junto con unos amigos mientras estábamos en la universidad.
Aquí te platico la historia:
Un amigo tiene una propiedad (o una quinta, como se le conoce en algunas partes de México) en la zona de la ribera del lago de Chapala, en el estado de Jalisco. Específicamente, la propiedad está en un lugar llamado El Chante.
El año, 1997. Estábamos alrededor de diez amigos, jugamos fútbol por la tarde en una cancha pequeña, y por la tarde-noche estábamos platicando y tomando unas cervezas.
Por la tarde, vimos pasar a una gran cantidad de personas encabezadas por la festejada: una quinceañera con su gran vestido en color rosa, seguida por sus papás, familiares y gente del pueblo.
Pasaron las horas, y llegó otro amigo que no se encontraba con nosotros en la tarde. Nos comentó que llegó con hambre, y la verdad en esa etapa de “estudihambres” en la que estábamos, no contábamos con más comida para ofrecerle.
Y ahí comenzó la verdadera anécdota:
Otro de mis amigos (por cierto, otro Paco), dijo que no nos preocupáramos, que él sabía qué hacer: nos pidió que saliéramos y lo siguiéramos… y sí, te lo estás imaginando correctamente: nos encaminamos rumbo a la fiesta de la quinceañera.
Mi tocayo Paco confiaba en su gran capacidad para hablar y convencer (tenía esas dos habilidades). Llegamos a la fiesta y nos pidió que esperáramos afuera cuando él entró.
No pasaron más de cinco minutos y salió con tres platos llenos: uno con birria, otro con frijoles y otro con arroz, además de por supuesto una buena cantidad de tortillas.
Como éramos muchos, rápidamente terminamos con los platos… Él regresó a la fiesta y ¡¡regresó con más!! ¡No lo podíamos creer!
Volvimos a arrasar con los platos y él entró de nuevo a la fiesta. Ya no salió con otro plato, sino que a su regreso, nos dijo que pasáramos con él. Nos llevó directo a la mesa principal, conocimos a los papás de la quinceañera y tanto ellos como los familiares nos recibieron como si nos conocieran de toda la vida. Nos dieron de comer y de tomar, y pasamos un gran rato con todos ellos.
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¿Cuántos de nosotros seríamos capaces de abrirle la puerta a unos completos desconocidos? En verdad me sorprendió la hospitalidad que esas personas tuvieron con nosotros… En algunos pueblos de México se sigue conservando ese espíritu de compartir, aunque cada vez en menor medida.
Esa experiencia nunca la olvidaré, cada que veo a ese grupo de amigos nos acordamos gratamente de esa experiencia.
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